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Can Severi Construction
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La historia de Can Severí

Can Severí es el legado de la vida de Severino Gómez, una historia de trabajo y sacrificio, de palabras dichas que se convierten en promesas completas, y de amor a un pueblo, Besalú, que llevó con él durante décadas hasta que pudo vivir allí al final de sus días.


Severino Gómez Villar nace en 1900 en Tresaldeas, cerca de Quireza en la provincia de Pontevedra, uno de entre doce hijos. Es zona de canteros, y tanto él como otros dos hermanos aprenden el oficio de su padre. Pero, como tantos otros gallegos, marcha lejos de su tierra y trabaja por Portugal, Madrid,... Pasada la guerra civil, se convierte en el responsable de la restauración de los monumentos de la zona noreste de la península. En Cataluña, trabaja en Girona, Sant Pere de Rodes, Porqueres, Beget, Molló, Sant Joan de les Abadesses, Ripoll, la Seu d’Urgell, Poblet,
Santes Creus, Vallbona de les Monges, Tarragona y Lleida entre otros.

Uno de estos proyectos es el de la restauración de Sant Vicenç de Besalú, quemada durante la guerra, y Severino se enamora de aquel pueblo. Tanto, que promete a las hermanas Maria y Mercè, las amas de lapensión donde está, que hará una casa en el pueblo y que ellas podrán vivir allí. Y aunque Severino sigue estableciéndose constantemente allí donde el trabajo de restaurador lo lleva, en 1961 cumple aquella promesa: construye la casa de Can Severí y la ofrece a Maria y Mercè para que se trasladen allí. Finalmente, en 1975 él se jubila y pone fin a décadas de vida nómada estableciéndose también bajo ese mismo techo con su perro Cris.


La casa tiene una doble conexión con todos aquellos años de carretera, sin embargo. Los mismos canteros de su equipo que le llamaban buxe (patrón en la lengua de los canteiros) son los que construyen la fachada señorial, y Severino replica en su casa elementos y detalles de algunos de los edificios que había restaurado durante los años de trabajo.
 

Hay pues un hilo que conecta Can Severí con la vida de los canteros de hace casi un siglo. Estando aquí, entramos en contacto con aquella gente que miraba el mar de noche desde la montaña iluminados con luces de carburo, que tocaba el acordeón al final de un día de trabajo para animar a los compañeros, que volvía a Galicia en Navidad después de haber estado todo el año fuera. Esa vida que ya no existe perdura en el espíritu de esta casa, como una marca más de las que ellos mismos habrían dejado en las piedras.

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